Simeón y Ana reconocieron en Jesús al Cristo cuando éste sólo tenía ocho días de nacido; no les fue necesario verle hacer milagros ni escuchar de El palabras, pues a través de sus vidas puras y santas habían adquirido suficiente visión espiritual.
«Y he aquí, había un hombre en Jerusalem, llamado Simeón, y este hombre, justo y pío, esperaba la consolación de Israel: y el Espíritu Santo era sobre él... Y cuando metieron al niño Jesús en el templo... entonces él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo: Ahora despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz, porque han visto mis ojos tu salvación...»
«Estaba también allí Ana, profetisa... y ésta, sobreviniendo en la misma hora, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención en Jerusalem.» Luc.2:25-38 (resumido).
En cambio, los fariseos, por su maldad e hipocresía, no pudieron ver ni entender que Jesús era el Mesías esperado, aunque presenciaron la resurrección de Lázaro.
«Entonces mucha gente... vinieron no solamente por causa de Jesús, mas también por ver a Lázaro, al cual había resucitado de los muertos. Consultaron asimismo los príncipes de los sacerdotes, de matar también a Lázaro; porque muchos de los judíos iban y creían en Jesús por causa de él.» Jn.12:9-11.
Ev. B. Luis, Cienfuegos, 1964
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